lunes, 15 de febrero de 2010

Viaje a Samaná

Era nuestro segundo día en Punta Cana, en Playa Bavaro, nos dijeron que nos recogerían a las siete de la mañana, así que nos levantamos pronto con la ilusión compuesta y la curiosidad dispuesta para descubrir la promesa de que visitaríamos unos de los lugares más bellos y atractivos del lugar: “Samaná”.
Estábamos cumplidores, pronto, muy pronto, después de tomar un zumo de piña, un café con leche y unos croissants en el bar abierto del Hotel, era pronto para el desayuno que comenzaba a las siete.
A las siete empezaban a llegar las gentes otros ya estaban allí, preguntamos y eran de otras excursiones, pero a la vez algunos de los que ya llegaban preguntaban si íbamos algunos a Samaná, les dijimos que si, nuestro autobús no había llegado aún. Nos fuimos agrupando y al final llegó la hora alguien que se bajo del último autobús que llegaba nos pregunto: ¡los que vienen a Samaná!
Comenzó nuestro viaje, después de acomodarnos al azar, al lado iban dos señoras de mediana edad, eran de Barcelona, empezamos a hablar, una era algo mayor que la otra seguro que las diferenciaba una quincena de años – creo que una tendría unos cincuentaiseis y la otra sobre los cuarenta-. Nos dijeron que era la cuarta vez que habían venido a La República Dominicana, a Punta Cana e incluso al mismo Hotel, el Princess Bávaro. La mayor nos dijo emocionada, siempre que vengo a Punta Cana, mi ilusión es ir a Samaná. Con una sonrisa emocionada y evidente, suspiro y nos señalo su brazo, diciendo: Mira solo de decirlo se me ponen los vellos de punta y frotándose el brazo dijo, pensando en ello, que vuelvo, siento un escalofrío y nos regalo una enorme sonrisa de niña ilusionada y empezó a darnos detalles. La más joven que también asentía y lo reconocía con una dulce sonrisa, la calló diciendo no se lo digas todo deja que lo descubran por ellos mismos. Me quede dudando todo parecía tan favorable, tan estupendo, que casi te daba ganas de seguir escuchando cosas a modo de preliminares de algo tan prometedor, por otro también apetecía ir viendo los lugares por los que pasábamos como parte de la aventura, en un país de contrastes, desigualdades y originalidades rodeado todo de una naturaleza excesiva y fértil. Se veía casas muy elementales y humildes de madera amachambrada y tejados de latón, cada una de un color.
Llegamos al aeropuerto de Punta Cana, era un día soleado, luminoso y nos piden los “bauchers” todo tan elemental, tan pequeño a cambio nos dan unos salvoconductos a cinco pasos nos los vuelven a pedir y vamos andando por la pista al pequeño Jet, ya en pista, entre sonrisas y sorpresas nos acomodaron a dieciocho en uno de ellos y diecinueve en otro. Tras un vuelo de una hora aproximadamente llegamos a nuestro destino, el aeropuerto de Samaná Internacional, El Catey, ubicado estratégicamente justo a la entrada de la Península, entre Nagua y Sánchez. Nos recibieron con botellas de agua y unas pastillitas, viodramina o algo equivalente para el mareo, lo que nos creó una cierta confusión, era para el viaje por el mar, nos aseguraron que el oleaje hoy era un poco fuerte, pero no íbamos a renunciar ir a la contemplación de las ballenas. Nada nos hacía presagiar lo que luego resultaría, yo me tome la pastillita sin rechistar, otros entre dudas y preguntas, también, algunos dijeron que no pero ante la insistencia de algunos compañeros accedieron.
Nos montamos en un microbús, cómodamente y el día animoso por su calor y luminosidad. El guía nos aclaraba casi todo, toda esta riqueza, nos dice, pertenece a empresas americanas que la explotan en régimen monopolista, lo que te consterna y pasma, viendo toda esta belleza y abundancia de campos de caña de azúcar, pero a la vez tanta pobreza e insuficiencia en los inmuebles, en las personas y en su vida tan indolente, tan sin posibilidades y tan desatendidas sobre todo los niños… el guía nos dice que hay un 85% de analfabetismo y muy alta la falta de trabajo o actividad productiva, la mayor parte de las personas se dedican a trabajar para el turismo con un sueldo entre 150 y 300 dólares, de ahí las carencias incontrovertibles, supongo que toda esa gente niños, adolescentes sentados al borde de la carretera algún día serán guías, camareros, mano de fuerza para la explotación, animadores en cada lugar turístico y lo peor embaucados por gente poco honesta para sus placeres menos confesables. Esta región ha sido durante muchos años muy independiente del resto de la isla principalmente por su dificultad de acceso. Solo tiene el pequeño aeropuerto dónde llegamos, y una carretera angosta y limitada… a varios kilómetros de los lugares propios para este turismo ecológico que hay aquí en esta zona, la verdad, el tráfico es mínimo. Muchos de los habitantes de esta región son descendientes de esclavos traídos desde los Estados Unidos, como Philadelphia, otros países antillanos, también hay una ciudad fundada por canarios. Es común oír apellidos de los locales como Martin, Smith, Johnson, Green, etc., gracioso y divertido nos dice el guía: El más original y primitivo es el mío, García y Fernández.
Al final llegamos al Puerto de Samaná, una bahía típica del Caribe llena de veleros, catamaranes y barcas ligeras para el turismo y la exploración de los lugares llenos de exotismo y acontecimientos pero con poca gente lo que incrementaba la sensación de recreación y gusto. En el interior, en las zonas montañosas de difícil acceso y escasa población luego encontraríamos cascadas escondidas, variedad de pájaros, orquídeas y bromelias silvestres, plantas que se han desarrollado en el tronco de otras plantas vivas o a veces en el tronco de otras muertas, al caer una semilla y germinar, como parte de la frondosa vegetación en los bosques lluviosos o bosques nubosos. Encontramos plantas activas como las mimosas que al tocarlas se desarrollan estirándose y extendiéndose para responder al estímulo de tu contacto.
Samaná, como le llaman los taínos, indios nativos, fue descubierta por Cristóbal Colón, en su primer viaje. Los taínos llamaban a la isla de diversas maneras pero la más común era Hayti (tierra montañosa). Cristóbal Colón, nos dicen, la llamó Santo Domingo de Guzmán. Inicialmente, los tainos, fueron amigables hacia los españoles, pero luego respondieron violentamente contra la intolerancia y abusos de los recién llegados en ausencia de Cristóbal Colón.
Hoy nos ofrece sus encantos, solitarias playas de arena blanca, los edificios de marcado carácter victoriano de diversos colores correlativamente alineados y elegantes, en lo alto un Hotel y una movida vida marina, afortunadamente para nuestro plan poco concurrido, al final zarparían unas cuatro barcas con doble casco. Llegamos aquí para ver las ballenas jorobadas en el mar Caribe donde llegan para aparearse y también parir, se cree que suelen haber de diciembre a Abril unas 3000 a estas aguas, cálidas, procedentes de Groenlandia, Canadá, El norte de EE. UU., la penetración de estas en la Bahía hace muy fácil el observar a estos mamíferos que llegan a esta zona huyendo de las frías aguas del Atlántico Norte en los meses de invierno. Durante su estancia en estas aguas se aparean y paren a sus ballenatos.
Nos insisten, vamos a ver estas ballenas, no nos están esperando vamos a buscarlas, son animales libres, tenemos que pensar que nadan por debajo de la superficie, pero cada 30minutos suben a respirar, si las vemos tendremos suerte, si salen y hacen un movimiento o un salto mejor y si vemos un macho saliendo completamente dando un salto para adornarse, muchísimo mejor, es época de apareamiento y los machos cortejan así a las hembras. Nos recomiendan que ocupemos los asientos traseros primeramente y hagamos uso de los chalecos salvavidas, también hay capotes chubasqueros para los que lo deseen y un servicio solamente para necesidades menores. Empieza la marcha y la barca según va cogiendo velocidad la proa se levanta y los golpes de las olas a la velocidad que vamos nos hace dar unos saltos enormes con caídas secas y molestas que desagradan a algunos que se agarran fuertemente a lo que pueden, la butaca sobre todo, la barandilla o compañero, los alaridos, los ayees, empiezan a cada golpe de ola, otros divertidos empezamos a sentir el acontecimiento de la combinación de la fuerza del mar, el viento y la velocidad… el agua de las olas nos empapa, como una lluvia pertinaz y concentrada. Empezamos a ponernos con mucho derroche de equilibrio y rapidez los capotes de plástico que habíamos despreciado como innecesarios. Todo era poco, la sensación térmica era gélida debido a la combinación de la humedad de nuestras ropas, el viento y los golpes de agua que se sucedían… y de las ballenas, nada. El desanimo cundía y las preguntas se sucedían, creo que ya nadie creía que íbamos a ver las famosas y recordadas ballenas jorobadas… las preguntas era más… ¿Hasta cuándo vamos a estar buscándolas? ¿Veis algo? La duda se había extendido por toda la barca, alguna persona devolvía por el mareo, se había aminorado la velocidad y ya el agua no llegaba tan frecuentemente sobre nosotros, empezaron a entregarnos bolsas para uso preservativo a la vez que aconsejaban que las personas que se mareaban se pusieran de pie, para que el aire les despejase y aliviase del mareo. Una compañera de butaca, descompuesta y cansada ya de devolver, se quejaba: ¡Esta aventura esta poco y mal explicada, si lo llego a saber no vengo! se decía sitiándose desgraciada y concretando ¡ya no puedo más!
Los guías hablaban por los walkitolkis, al final tras dos horas de búsqueda, penalidades, frío y desilusión nos aseguraban que otras barcas las habían divisado, ya solo insistiríamos cinco minutos más, demasiado para nuestros cuerpos torturados y resentidos. Alguno, de los guías, bajaba de la parte superior dónde solo accedían los guías y estaba el capitán, pilotando la barca. La actividad de los demás guías, hasta seis nos acompañaban, era tratar de descubrir las columnas de vapor condensado y agua que lanzaban las ballenas jorobadas al respirar. Otros, en la proa completamente estirados y rígidos miraban con sus prismáticos. La gente nerviosa y curiosa nos habíamos despertado de nuestra desengaño y frustración… todos estábamos ya de pie expectantes, algunas chicas más audaces se habían adelantado a la proa. Todos sentimos una unánime explosión de sorpresa, júbilo y clamor. Primero vimos una enorme cola en forma de triángulo salir del agua y sumergirse, los resoplidos, las columnas de vapor y agua, sus jorobas… había ballenas jorobadas por todos los lados, tan cercanas que navegábamos a su lado. El espectáculo era emocionante, excitante y maravillo… vimos enormes cetáceos adultos y con sus crías también, su colas enormes mover cascadas de agua, sus aletas enormes golpeando la superficie, como planchas gigantescas moteadas. Creo que fue un desenlace completo, todos comentábamos lo que habíamos visto, lo que nos había impresionado y puedo decir: Merecía la pena ver esta maravilla de la naturaleza, ahí… libres, hermosas, descomunales y corpulentas, con su modo de vida salvaje, desafiando las dimensiones de lo abarcable. Creo que fue una buena y maravillosa lección significativa de lo limitados e inseguros que somos… la naturaleza nos enseño su magnificencia, su regalo y la belleza, que por otro lado es muy difícil de explicar, como a veces obtener. Pero en nuestros rostros estaba la huella y el indicio de la compensación, el encanto y la alegría por todo ello.
Con la ida, la persecución y la vuelta en el mar se nos había hecho medio día, recalamos en una isla pequeña de arenas blancas semidesierta, pero llena de palmeras, roquedales y singularidad, Cayo Levantado, que también sobre nombran, isla Bacardy, por haberse rodado allí un anuncio de dicho ron.
Algunos, se ponen en bañador y se bañan otros, nos dedicamos a recorrer la isla para descubrir sus rincones llenos de sucedidos naturales y la soledad entusiasmada de la belleza natural, toda la flora tan diferente a lo ordinario. Con esto hemos ocupado medio día.

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