Es probable que lo que hacemos no sea relevante para la mayoría de los que nos rodean. Para mi padre era importante todo lo que yo hacía, me decía que siempre le preguntaban por mis cosas y le decían lo que les parecía a, algunos, no les gustaba lo que hacía; entonces se sentía muy incómodo, tanto que incluso me llegó a decir que el motivo por el que había dejado de ir con sus amigos y familiares al café de Celerino era eso, “el que dirán” de los que me miraban con lupa y creaban una sentencia incuestionable. Yo crecía, era joven y manifestaba algunas excentricidades..., no me importaba hasta cierto punto lo que la gente pensara, seguramente; tampoco era muy consciente que me vigilaban, tan sólo lo hacía por crear alguna novedad y que fuera divertido cada lance. Nunca comprendía esa motivación, tan interesada, incluyo que el que mejor sabía que estaba fracasando en mis estudios era yo, también se lo había dicho y hablado con mi padre, pero no lo quería aceptar la situación; quería que realizara lo primero que me había propuesto y luego hiciera otras cosas. Yo creía que debería cambiar de carrera, las ciencias no era mi fuerte y me estaba atascando, me esforzaba pero me limitaba mucho la falta de desenvoltura en ese campo con mucho esfuerzo conseguí superar dos curdos y parte del definitivo en que no podía seguir así, mi padre me encomia a hacer el último esfuerzo que sentía que no podía. Nunca me limitó el tiempo me limito el cambio porque esto en sí era un fracaso para él y acabó siéndolo para mí también. El se fue alejando de su ambiente y sus amigos cercanos y se acercaba a los vecinos más cómodos y menos curiosos como “el Chato” Tasio, Lucio y su hermano Félix, también otros irían llegando a la esquina de la plaza de Santiago junto la casa de Mariasantos y otras en la esquina de Sinda según el momento y como soplaba el viento. Todos ellos vivían con naturalidad y una sobriedad resistente, dando poca importancia a lo que acontecía, era un constante dejarse ir. Pues, al fin y al cabo, la resignación era su manera de andar por los acontecimientos y, hablando del campo, el tiempo y las cosas vagas que se iban presentando se pasaba el rato y la vida de esta buena gente. La vida así hay que mirarla transcurridos los años con la suficiente perspectiva para compréndela y con una mirada retrospectiva de una sociedad que su valor principal era sobrevivir y seguir las costumbres desde el temor a Dios, aunque en la adversidad juraban hasta en arameo, solíamos decir. Pocas veces se discutía desde las creencias y la política no existía era lo habitual el pensamiento lineal o único; los acontecimientos que conducían desde la reserva. Un accidente ocurrió entonces y nadie vio nada y no había nada que decir era asunto del secretario, la guardia civil y el juzgado de Villalón de Campos al que pertenecíamos. Todo se sabía y nadie tenía nada que decir, ni reflexionar mejor no hablar de lo inconveniente. Así me lo explico una vez un mayor. Estebin hay cosas muy desagradables y que ponen a uno en una situación incómoda y es mejor hablarlo en privado, según con quien, luego se olvida y como si no se supiera nada. Nunca se sabe quien te puede escuchar y que puedes necesitar; el silencio era lo prescrito. Si alguien hablaba demasiado lo mejor era dar la cambiada por buena y pensar ¡apaga la luz y veámonos! un asunto desagradable era muy restringido para hablar de ello.
La vida social del hombre y la vida cultural se ha desarrollado de un modo extraño. La expresión de cada individuo ha tropezado con grandes dificultades y cada vez mayores. La primera reviste un carácter esencialmente de conveniencia para estar en un lugar pasivo y neutral. Pero yo siempre he creído que expresar el deseo y la voluntad de llegar al fondo de las cosas fue una necesidad fundamental, independientemente de las normas y costumbres a las que se debió someter una sociedad tan resignada a no fundamentar nuestra cultura en las posibilidades de cada uno. Las realizaciones culturales y profesionales tienen que ver con la necesidad y deseos humanos individuales. La vida se limitaba al trabajo, como hacerlo mejor y sobrevivir; cada uno en su nivel y, en los momentos de ocio, se hablaba de cosas triviales pasando el rato al sol. Las personas con baja autoestima usan la crítica para defender el control sobre su posición y situación social o, incluso, para situarse en un buen lugar lo más favorable; no era el caso de esta buena gente, se aceptaban como estaban, como se levantaban cada día casi si ningún tipo de aseo y postura.
Esa no era mi vida y tenía interés por ver otras cosas, no soportaba ese abandono y desinterés en ser un ciego que cierra los ojos o, el sordo que cierra los oídos y si alguien hablaba más de la cuenta desaparecer.
Sin embargo, poco a poco fui dándome cuenta y reconocía mis heridas y vacíos que los demás, etiquetaban sin compasión sin saber mis vivencias y realidad. Aquellos días sufrí mucho y no podía más.
Un día me marche de mi casa del pueblo y tarde en volver, necesitaba un desahogo y emprender otros proyectos para encontrarme mejor y ver mis posibilidades de futuro en el pueblo, no estaban; aunque nunca renuncie a mis origenes y buenas oportunidades que guardo con cariño.
Después de todo ese tiempo, unos… ¡quizá veinte años! o, puede, que ¡algunos más! ahora vuelvo en pequeños periodos. Nada es igual y todo esto queda lejano ya.
Me he encontrado de nuevo, con los recuerdos de ese adolescente que parece ser que desde entonces nunca me ha dejado y, a veces, necesito orientarme, para ser aquel chico de pueblo; que en lo más profundo de mi corazón subsistirá para siempre dando la mano y el apoyo al hombre que hay en mi y necesita aún seguir creciendo o al menos aprendiendo de todo lo vivido.
En la llegada, de nuevo, tuve la impresión de estar en un pueblo abandonado, la gente que veía de lejos me parecía ajena; eso me hacía verlas más relajadamente de lo que había supuesto. Así y todo era como jugar una partida muy evasiva del cuerpo a cuerpo con un montón de impresiones y emociones y, la ocasión era que iba resultando cada vez más familiar, pero también algo extraña; me tendría que enfrentar a situaciones nuevas con costumbres conocidas algo olvidadas.
Solo un chico de pueblo tiene la curiosidad y la inquietud por las cosas como tenía yo, siempre la he tenido y aún la conservo.
Los sentimientos, las emociones y su agitación no estaban al día, no se contemplaban, en cualquiera de los niveles sociales del momento. Entonces predominaba lo impuesto, el credo religioso y la normativa subyacente de la aceptación y había un conflicto sempiterno con el pecado; ser consciente y dar sustento a las emociones y los deseos que contendían y más la ocupación en ello, era una presencia rápida del temor al fuego eterno, pero socialmente había que ser asentados y estables como un alcor. Rechazábamos ser nosotros mismos con nuestra herencia y la curiosidad humana; nadie que yo conociera hablaba de ello y el disimulo era a menudo lo más favorable, lo propio, ser listo, pillo, y un tunante; no revelar ningún resquicio y emociones como: el miedo, el dolor, la turbación, la tristeza o el no enamorarse entre otros muchos. Enmascarando ese ser natural y aceptar los sentimientos pocas veces se planteaban en ese aspecto se distraían las inquietudes y lógicamente no se hablaba de resolverlas o moderarlas. Las emociones, ¡claro que se sentían! en total soledad. Eran cosas para leer en un libro, ver en el cine u oír en las radionovelas folletinescas que embriagaban y transportaban a mundos mentales especulativos, curiosamente se escuchaban en familia, eran toleradas, porque eran ajenas. Ese fuego relevaba nuestra rutina, si acaso, la hacía aguantable y reparaba los infortunios emocionales ajenos.
Paso mucho tiempo para que comprendiera que si no aceptaba las emociones malamente las iba a poder compartir y ocupar mi realidad vital, pero sobre todo acceder a lo que el impulso sentimental me animaba ante las circunstancias manifiestas con otros seres humanos, ¿estaba abocado a hacerme este planteamiento alguna vez para conocer el propósito que tenía lo que sentía, lo que era, lo que amaba? Era difícil que ese proceso se estableciese, y poder desarrollar la necesidad y la comunicación, ser una persona sensible y activo con sentimientos primordiales no estaba bien visto y, sobre seguro, hubiera sido rechazado en esas coyunturas. Dejamos de ser individuos para ser sujetos sociales correspondientes como vasos comunicantes; los valores eran otros como: tener, parecerse o equipararse en los intereses creados o, en el prestigio alcanzado o, escala social tangible.
Leí muchos libros que me abrieron ventanas de claridad referente a las emociones humanas, la inquietud, la búsqueda y su desarrollo natural y, en ese laberinto descubrí que uno es lo que siente, lo que piensa y hace, para ser uno mismo. Vi como muchos de esos personajes se parecían a mí mismo, eran como yo, que buscaba, que tenía la misma sed, necesitaba encontrar en todo su sentido. Si, vi que las emociones nos llevan a encontrar la pasión en las relaciones con los elementos que lo producían. Entonces, vi la realidad, no una mixtura de elementos que agitados y metidos en su molde producen algo parecido a un adobe o un ladrillo, eso que se parece a los materiales que poseemos y fabricamos nuestros sueños. Todo lo que nos rodeaba excluían del devenir de los acontecimientos los afectos, la pasión y ser originales, aunque universales, en la forma de comunicarnos..., ninguna relación puede ser igual ni podría llegar a serlo porque la mezcla humana es la excelencia, lo diverso e insólito, frente a todo lo que nos rodea homogeneizado, es lo que se suponía que era o cabía esperar. Lo preparado y medido en las relaciones humanas, fuera de las emociones conducidas con generosidad que hacia ligazón entre las cosas y las personas; es el vacío, una brecha endemoniada y desesperante que mortifica y ofende a la dignidad humana.
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