He visto esta foto y esta foto me lleva muy lejos, hacia atrás, a unos momentos muy prendidos, aunque no quisiéramos depender de ellos. Una foto tan fantástica y sencilla como esta
los reanima. Me traen momentos sórdidos, crudos, impersonales y llenos de
represión…, es lo que había, lo único. Isidora y Colas nos ofrecían lo que
podían, nosotros acudíamos por encontrarnos con nuestros amigos, de la otra
parte las amigas y conocidas…, tan separados y lejanos. Y esa distancia la confortábamos
con unos chupitos de tantos brebajes y licores ahora desacostumbrados, algunos
ni recuerdo su calidad y nombre compatibles a nuestra economía, que ya nunca he
vuelto a probar desde entonces. Tenía de bueno que nos podíamos acercar a la
gente que nos gustaba, aunque no
demasiado…, había mucha observación y prejuicios represivos diferenciadores, que
a veces nos saltábamos otras nos revelábamos contra ellos con una copita de
coñac, más animoso, como extremo reivindicativo y debilitar las ganas con
chascarrillos complacientes.
En la entrada se arremolinaban los mayores, de pié, nuestros padres, o los padres de la mayoría, asociando sus intereses con las curiosidades, los convenientes y los no favorables.
En la barra, la mayoría de las veces, los más sedientos de motivación, o tonificación, o los que necesitan una copa para dar sentido a su presencia testifical.
En el centro la gente bailaba y los que no, sentados en los bancos observaban y digerían sus deseos reprimidos. Los que éramos más directos, siempre esperando nuestra oportunidad y, por un baile, por un instante, te acercabas a la chica que querías, la mirabas, la solicitabas bailar y sujetando como te permitían cogías su mano y la cintura, oliendo su aroma y sintiendo su calor corporal, los rozamientos eran muy tanteados y disimulados…, ¡querías que el baile no acabara! Teníamos poco que decirnos, nos lo solíamos decir todo paseando o en la entrada del Teleclub comiendo pipas y rajando…, lo poco que nos daban los casos cotidianos, nunca tratábamos cosas personales, por pura timidez o miedo a no atinar. Cuando la cosa iba bien, desaparecíamos en el fondo del salón, donde podía deslizarse alguna oportunidad de tener algún momento algo más privado o algún contacto más natural mínimo.
El baile de Isidora, en los días festivos grandes, se llenaba y estábamos muy apretujados y como no había ventilación la traspiración era imponente y nos achuchábamos algo más, hasta el sofoco y con tantas emisiones de feromonas provocaban un cambio de comportamiento específico, creo que cedían los resortes defensivos un poco más y entonces se intimaba y creaba lazos más profundos. También tenía mucho que ver que los mirones, nuestros mayores curiosos, no podían abarcar todo el espacio y el fondo del salón.
De esos tiempos quedan muchas anécdotas y recuerdos que contienen nombres, ilusiones, esperas lejanas y amistades imborrables. Por eso esta foto se podría decir que me ha incitado a escribir algo personal.
Referente a Isidora, se podía decir que era todo paciencia, soportaba todo, que era mucho, sin alterarse y con aguante, nunca lo consideramos servicio y ahora creo que de eso tenía mucho porque pocas veces nos cerraba la puerta. Hay trabajos que parecen que nunca acaban, otras veces parece que nadie llega o acude para satisfacer una necesidad económica.
Merece, la pena esta foto por Isidora, Colás, Herminio y nosotros, los que revivimos ese lugar..., un lugar inmaterial para la memoria de un pueblo.
En la entrada se arremolinaban los mayores, de pié, nuestros padres, o los padres de la mayoría, asociando sus intereses con las curiosidades, los convenientes y los no favorables.
En la barra, la mayoría de las veces, los más sedientos de motivación, o tonificación, o los que necesitan una copa para dar sentido a su presencia testifical.
En el centro la gente bailaba y los que no, sentados en los bancos observaban y digerían sus deseos reprimidos. Los que éramos más directos, siempre esperando nuestra oportunidad y, por un baile, por un instante, te acercabas a la chica que querías, la mirabas, la solicitabas bailar y sujetando como te permitían cogías su mano y la cintura, oliendo su aroma y sintiendo su calor corporal, los rozamientos eran muy tanteados y disimulados…, ¡querías que el baile no acabara! Teníamos poco que decirnos, nos lo solíamos decir todo paseando o en la entrada del Teleclub comiendo pipas y rajando…, lo poco que nos daban los casos cotidianos, nunca tratábamos cosas personales, por pura timidez o miedo a no atinar. Cuando la cosa iba bien, desaparecíamos en el fondo del salón, donde podía deslizarse alguna oportunidad de tener algún momento algo más privado o algún contacto más natural mínimo.
El baile de Isidora, en los días festivos grandes, se llenaba y estábamos muy apretujados y como no había ventilación la traspiración era imponente y nos achuchábamos algo más, hasta el sofoco y con tantas emisiones de feromonas provocaban un cambio de comportamiento específico, creo que cedían los resortes defensivos un poco más y entonces se intimaba y creaba lazos más profundos. También tenía mucho que ver que los mirones, nuestros mayores curiosos, no podían abarcar todo el espacio y el fondo del salón.
De esos tiempos quedan muchas anécdotas y recuerdos que contienen nombres, ilusiones, esperas lejanas y amistades imborrables. Por eso esta foto se podría decir que me ha incitado a escribir algo personal.
Referente a Isidora, se podía decir que era todo paciencia, soportaba todo, que era mucho, sin alterarse y con aguante, nunca lo consideramos servicio y ahora creo que de eso tenía mucho porque pocas veces nos cerraba la puerta. Hay trabajos que parecen que nunca acaban, otras veces parece que nadie llega o acude para satisfacer una necesidad económica.
Merece, la pena esta foto por Isidora, Colás, Herminio y nosotros, los que revivimos ese lugar..., un lugar inmaterial para la memoria de un pueblo.
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