Según vas
remontando el río un viejo caserón solitario y doliente junto a un puente, el viejo Molino.
El río se
bifurcaba un poco antes entre dos hileras de álamos y chopos hasta que su acequia
o caz llegaba a la pequeña presa del Molino. Me atraía enormemente ese
estruendo de agua sobre las palas de la rueda o rodezno, el sonido de los
balancines, engranajes, ruedas de madera y correas de cuero, de todos esos
ingenios y artilugios dinámicos capaces de transformar la fuerza hidráulica en
energía mecánica para moler los piensos para la ceba de cerdos y terneros, que
era su principal moltura o molienda poco apurada o refinada, aunque según el
caso iría más o menos cernida. Esos
piensos naturales tan especiales solo los hacían en estos viejos Molinos. El
grano se descargaba del saco sobre escriño que se vertía sobre la tramoya o
tolva para caer sobre las piedras de moler por su propio peso. Una vez hecha la
molienda salía a la boquilla para ser recogida y metida en el saco, que se
transportaba a lomos de un burro y si era más en el carro. El serio y escueto
molinero, Moisés, buena gente laboriosa, empleada a su oficio identificativo.
Su hijo era
un amigo de infancia y nos permitía juguetear por allí, entre el armazón de
este viejo Molino lleno de correas y poleas de transmisión, ruedas con un ruido
rotundo, preciso e infatigable. Alrededor pastaban sus dos, a veces tres,
bacas, tranquilas y ausentes de todo. Las gallinas más agitadas cacareaban
mientras picoteaban y escarbaban entre los trigales y el pasto del margen del
río. Hasta que un día fue abandonado, era un lugar diferente y tenía un
especial atractivo lejos del trasiego y rutina del pueblo; era otro espacio
particular, alejado de lo acostumbrado.
Llego el
día que fue abandonado, conviniendo ser sellado con adobe y barro su puerta y
ventanas, para mí un pequeño desastre, se iba algo con su valiosa actividad e
identidad atractiva; hasta que llego el día que se hundió su parte posterior y
el tiempo dejo de correr para el. Hoy en día está ahí desvalijado y cedido a su
huella de eternidad con todo su armazón y artilugios bajo los escombros.
Luego hubo
otros molinos más mecanizados y eléctricos, puede que más sencillos y prácticos.
Cumplirían su función en un cuarto de una casa, pero sin el encanto del Molino
y todo ese espacio hidráulico y lleno de naturaleza y entresijo que le rodeaba
al Molino, siempre será de Moisés, porque él le daba vida y presencia, aunque
los propietarios fueran otros…, que conocemos.
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