domingo, 19 de agosto de 2012

El Pregon del día de Roma en Becilla de Valderaduey



Becillanas, Becillanos, invitadas e invitados todos a esta Fiesta romana… ¡Bienvenidos!
Señoras y señores, señoritas, mozos, jóvenes y niños que habéis venido a compartir y celebrar estos festejos: El Ilustrísimo Sr. Alcalde de Becilla de Valderaduey, don Gilberto Castañeda Rivera, me ofreció que os presentara el Pregón de esta Fiesta, lo acepte de inmediato y espero cumplir con el mandato. Os animo a participar y celebrar con entusiasmo: El día de Roma.
Con especial satisfacción, agradezco que os acordarais de mí, que hayáis confiado que podría hacerlo. Espero salir airoso de esta situación, cuento con vuestra generosidad. Los que me conocéis, ya sabéis que nunca me falto atrevimiento, y aquí estoy ante vosotros con respeto siempre y cariño sobre todo.
Becilla de Valderaduey es el pueblo más importante para mí, estoy enganchado a todo lo que fue, es y sea lo pase en nuestro pueblo y a mi gente, a todos vosotros, a los que os habéis ido incorporando en los últimos años…, también.
Aquí nací, aquí aprendí a dar los primeros pasos, tuve las primeras relaciones, los sentimientos más puros y sinceros. Uno siempre vuelve, a los  sitios donde descubrió lo mejor de su vida, aunque vayas encontrando que están ausentes muchas de las cosas que fueron queridas. Los sentimientos son muy frágiles y las cosas sensibles se desgastan con el tiempo…, perdiendo el valor que tuvieron entonces.
Aquí, vivíamos una existencia rural, muy directa, próxima y sencilla, por lo que nos conocíamos todos bien. Por esa relación de cercanía de las personas  con los acontecimientos, los tratábamos íntimamente como si a nosotros nos sucedieran. Prácticamente sabíamos los problemas que  soportaba cada uno de nuestros vecinos y lo que trataban de disimular también. Cada uno de nuestros vecinos era un ser implicado en nuestra vida. Procurábamos ser oportunos y comprensivos en la mayoría de los casos, la mayoría de las veces. Cuando algo le pasaba a alguien, se sabía y de alguna forma se participaba voluntariamente ayudándonos; las situaciones emotivas inquietaban siempre y esa cercanía en las relaciones producía un cansancio innegable y una agonía enorme.
Venir a mi pueblo me hace sentir una agitación y cierta expectación, cuando me voy acercando…, siempre la he sentido y la domino como puedo. Es la emoción del reencuentro conmigo mismo, en este escenario tan cercano e íntimo con tantos sucesos vividos antaño. Crearon una identidad concreta, una mirada en cada uno, que no desaparece nunca. Aunque hemos cambiado mucho, siempre seremos como nos conocimos entonces.
Los vecinos, los amigos, los compañeros de juegos, también las calles, las plazas, esos rincones específicos en que nos aislábamos para nuestros juegos favoritos vedados y aquellas reuniones en las que concebíamos  algunas aventuras, algunas trastadas y algunos pecadillos juveniles. Todo está en mi memoria, formando un bagaje personal que a veces comunico en las cosas que escribo.
Recuerdo aquellos días que todo el tiempo estaba lleno de juegos, cargados de emociones y derroche estratégico para poder imponerse o al menos salir airosos en ellos. Esos amigos y esos momentos  nunca se olvidan… ¡eran tan verdaderos! tan adecuados a la mentalidad de un niño, luego joven. Nos buscábamos siempre y, siempre, íbamos juntos a todas las partes. Ahora, les llevamos siempre en la memoria y en el corazón. Hay sitios que siguen ahí y siempre seguirán en nuestras historias y anécdotas contadas: el corral de la Villa o Mulatero, la Corraliza, el Palón, el Caño, el Molino, las Cavas, el Chibulí, el Moral, la Arboleda, la Fuente de Gonzalín…, tantos sitios con nombre propio. El río y, sobre todo, el Puente y la calzada romanos.
Bajo los arcos del Puente, y otras, bajo la calzada romana, nos acurrucábamos y amontonados toda la pandilla dentro de uno de sus ojos, nos contábamos cosas, nos fumábamos los primeros cigarrillos seguramente de hoja de pata o del moco de pavo de los olmos del borde de la carretera. Llegaba el momento de contar algunas de esas historietas tenebrosas, que no sé de dónde salían.
Mientras tanto, por encima de la calzada romana, pasaban los rebaños, las mulas que tiraban de “las cabras” que cargaban los arados, resonaban sus pisadas de cascos herrados, y el monótono tintineo de las cadenas de los arreos con los balancines de los aperos de labranza. Aún se utilizaba como vía de acercamiento al pueblo, esta vía romana.
Llegaba un momento que dejaban de pasar, todo era silencio a excepción del ulular de algún mochuelo o el ladrido de los perros de algún aprisco cercano. Entonces se apoderaba de nosotros el susto, la confusión iba creciendo como oscurecía y se terminaba el relato. No nos decidíamos a salir hasta que alguien arrancaba e íbamos a la carrera los demás, como si alguien nos persiguiera amenazándonos, cada uno tenía su fantasma, que  vivía en algún lugar o esquina del camino. Hasta que llegábamos a la entrada del pueblo, no estábamos tranquilos. Los lugares tenían su importancia con relación a lo que hacíamos y nuestros juegos.
Tenemos y, ahora vamos valorando, estas joyas romanas que manifiestan un legado, aunque descuidadas, no menos valioso: el Puente y la Calzada romanos, de los que muchos nos sentimos orgullosos.
Quiero remontarme a más de 2.000 años, cuando nuestros antepasados ocupaban este lugar, de otra forma y con otro aspecto medioambiental. Se dice que había, por aquí, bosques de encinas y de robles, hasta hace poco no era difícil encontrarse con algún ejemplar aislado. Había algunos terrenos descubiertos, apropiados para el cultivo, cercanos al río o algún riachuelo como la reguera de Baldituelo o la de Santaolaja. Dicen que solían vivir en  chozas edificadas con paredes de adobe en su perímetro rectangular, recubiertos por una capa de barro y la cubierta o tejado la sostenía un entramado de palos con cobertura vegetal; tenían algunos cercados o corrales para los escasos animales de labor y sostenimiento alimenticio.
Solían vivir en grupos familiares que a su vez formaban grupos más amplios comunitarios por toda la zona. Sorteaban los terrenos para trabajarlos independientemente, cada año. El fruto que se recolectaba de su cultivo era distribuido entre todos igualitaria y solidariamente. Tenían pocas reglas sociales, se sabe que el apoderarse de lo ajeno estaba penado, en un caso menor con la expulsión del grupo y en el más grave con la pena de muerte.
Llegaron los romanos, tomaron posición y se apoderaron del terreno, de los ganados, todo lo que tenían y también su independencia.
Para ellos fue una crisis tremenda, un choque forzado de civilizaciones que acabaría con su forma de gestionarse y, en algunos casos por rebeldía perderían su propia vida, como es de suponer.
Empezó la vida romana en estas tierras: la Pax romana.
Vino un nuevo orden, una nueva cultura, una nueva administración, no sin protestas y escaramuzas rebeldes, que se pagarían en esos tiempos muy caras, con la esclavitud y la muerte.
Habría que pagar tributos a los nuevos colonizadores. Hasta que se consolido el dominio y acabarían siendo romanos.
Luego, vino la construcción de alguna Villa, las vías y puentes para el transito de las mercancías que conseguían en otras provincias conquistadas, por aquí pasaba su botín.
Por los historiadores romanos, empezamos a saber un poco más de las características y acontecimientos en esta tierra, los naturales de aquí no escribían nada, sus sucesos los trasmitían oralmente generación tras generación. La cultura de la vida romana se fue imponiendo en los usos y relaciones: en la forma de cultivar, de construir e intercambiar las mercancías y productos. Esto es lo que celebramos, que entramos en la estructura de un gran Estado y en el orden moderno…, perdiendo la autonomía originaria y arcaica. No podemos imaginar lo que sería nuestro pueblo sin los cambios acontecidos entonces y más tarde por otros sucesos históricos.
Me siento orgulloso de ser de aquí, de esta tierra y poder disfrutar de esa belleza que siempre está en el observador que mira y aprecia verla. En estas llanuras que se extienden uniformemente ocres y desnudas, bajo un inmenso cielo casi siempre previsto y concreto. La paz te envuelve y la soledad te hace penetrante. Hay amaneceres nuevos y días llenos de espacio,  hasta que desciende la tarde con saturados esplendores, un Sol solemne y poderoso, se deslizará hasta ocultarse en el horizonte. Esta serena calma crepuscular nos acoge en la penumbra nocturna, que os cuento para vestirnos un poco de ceremonia y acontecimiento.
Tenemos muchos regalos que descubrir, que disfrutar en este lugar, dejemos de ser como un péndulo siempre oscilando por la fuerza de los acontecimientos…, la existencia es el regalo y el soporte y en esto ya esta el éxito.
Tenemos una crisis económica, las crisis económicas se arreglan con dinero…, sobre todo si nos lo prestan como hasta ahora. Se ha llegado a un límite, no se puede seguir por ahí, pero de eso ya nos ocuparemos en otra oportunidad.
Ahora, os pido que por favor os olvidéis de todo, de todas las dificultades y hábitos.
¡Vamos a olvidarnos de los asuntos propios y los ajenos! o no… ¡allá cada uno!
¡Vamos  a divertirnos con las cosas que nos han preparado!
¡Vamos a celebrar la parranda con diversión, pero sin pasarse!
¡Vamos a dejar atrás los malos rollos, las envidias y los celos!
¡Despilfarremos la alegría, el elogio y la gratitud! si nos ayudamos… podemos conseguirlo.
Vamos a trasnochar bailando o lo que nos propicie el acontecimiento. Hasta el desayuno o, hasta que el esqueleto aguante.
¡Felices Fiestas a todos!
¡Viva Becilla de Valderaduey!
¡Viva el Ilustrísimo Sr. Alcalde!
© Esteban Burgos Peña

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