Becillanas, Becillanos, invitadas e invitados todos a esta
Fiesta romana… ¡Bienvenidos!
Señoras y señores, señoritas, mozos, jóvenes y niños que habéis
venido a compartir y celebrar estos festejos: El Ilustrísimo Sr. Alcalde de Becilla
de Valderaduey, don Gilberto Castañeda Rivera, me ofreció que os presentara el
Pregón de esta Fiesta, lo acepte de inmediato y espero cumplir con el mandato.
Os animo a participar y celebrar con entusiasmo: El día de Roma.
Con especial satisfacción, agradezco que os acordarais de mí,
que hayáis confiado que podría hacerlo. Espero salir airoso de esta situación,
cuento con vuestra generosidad. Los que me conocéis, ya sabéis que nunca me
falto atrevimiento, y aquí estoy ante vosotros con respeto siempre y cariño
sobre todo.
Becilla de Valderaduey es el pueblo más importante para mí, estoy
enganchado a todo lo que fue, es y sea lo pase en nuestro pueblo y a mi gente, a
todos vosotros, a los que os habéis ido incorporando en los últimos años…,
también.
Aquí nací, aquí aprendí a dar los primeros pasos, tuve las
primeras relaciones, los sentimientos más puros y sinceros. Uno siempre vuelve, a los sitios donde descubrió lo mejor de su vida,
aunque vayas encontrando que están ausentes muchas de las cosas que fueron
queridas. Los sentimientos son muy frágiles y las cosas sensibles se desgastan
con el tiempo…, perdiendo el valor que tuvieron entonces.
Aquí, vivíamos una existencia rural, muy directa, próxima y
sencilla, por lo que nos conocíamos todos bien. Por esa relación de cercanía de
las personas con los acontecimientos, los
tratábamos íntimamente como si a nosotros nos sucedieran. Prácticamente
sabíamos los problemas que soportaba
cada uno de nuestros vecinos y lo que trataban de disimular también. Cada uno
de nuestros vecinos era un ser implicado en nuestra vida. Procurábamos ser
oportunos y comprensivos en la mayoría de los casos, la mayoría de las veces. Cuando
algo le pasaba a alguien, se sabía y de alguna forma se participaba
voluntariamente ayudándonos; las situaciones emotivas inquietaban siempre y esa
cercanía en las relaciones producía un cansancio innegable y una agonía enorme.
Venir a mi pueblo me hace sentir una agitación y cierta
expectación, cuando me voy acercando…, siempre la he sentido y la domino como
puedo. Es la emoción del reencuentro conmigo mismo, en este escenario tan cercano
e íntimo con tantos sucesos vividos antaño. Crearon una identidad concreta, una
mirada en cada uno, que no desaparece nunca. Aunque hemos cambiado mucho, siempre
seremos como nos conocimos entonces.
Los vecinos, los amigos, los compañeros de juegos, también las
calles, las plazas, esos rincones específicos en que nos aislábamos para
nuestros juegos favoritos vedados y aquellas reuniones en las que concebíamos algunas aventuras, algunas trastadas y
algunos pecadillos juveniles. Todo está en mi memoria, formando un bagaje
personal que a veces comunico en las cosas que escribo.
Recuerdo aquellos días que todo el tiempo estaba lleno de juegos,
cargados de emociones y derroche estratégico para poder imponerse o al menos
salir airosos en ellos. Esos amigos y esos momentos nunca se olvidan… ¡eran tan verdaderos! tan
adecuados a la mentalidad de un niño, luego joven. Nos buscábamos siempre y,
siempre, íbamos juntos a todas las partes. Ahora, les llevamos siempre en la
memoria y en el corazón. Hay sitios que siguen ahí y siempre seguirán en
nuestras historias y anécdotas contadas: el corral de la Villa o Mulatero, la
Corraliza, el Palón, el Caño, el Molino, las Cavas, el Chibulí, el Moral, la
Arboleda, la Fuente de Gonzalín…, tantos sitios con nombre propio. El río y,
sobre todo, el Puente y la calzada romanos.
Bajo los arcos del Puente, y otras, bajo la calzada romana, nos acurrucábamos
y amontonados toda la pandilla dentro de uno de sus ojos, nos contábamos cosas,
nos fumábamos los primeros cigarrillos seguramente de hoja de pata o del moco
de pavo de los olmos del borde de la carretera. Llegaba el momento de contar
algunas de esas historietas tenebrosas, que no sé de dónde salían.
Mientras tanto, por encima de la calzada romana, pasaban los rebaños,
las mulas que tiraban de “las cabras” que cargaban los arados, resonaban sus pisadas
de cascos herrados, y el monótono tintineo de las cadenas de los arreos con los
balancines de los aperos de labranza. Aún se utilizaba como vía de acercamiento
al pueblo, esta vía romana.
Llegaba un momento que dejaban de pasar, todo era silencio a
excepción del ulular de algún mochuelo o el ladrido de los perros de algún
aprisco cercano. Entonces se apoderaba de nosotros el susto, la confusión iba
creciendo como oscurecía y se terminaba el relato. No nos decidíamos a salir hasta
que alguien arrancaba e íbamos a la carrera los demás, como si alguien nos
persiguiera amenazándonos, cada uno tenía su fantasma, que vivía en algún lugar o esquina del camino. Hasta
que llegábamos a la entrada del pueblo, no estábamos tranquilos. Los lugares
tenían su importancia con relación a lo que hacíamos y nuestros juegos.
Tenemos y, ahora vamos valorando, estas joyas romanas que
manifiestan un legado, aunque descuidadas, no menos valioso: el Puente y la
Calzada romanos, de los que muchos nos sentimos orgullosos.
Quiero remontarme a más de 2.000 años, cuando nuestros
antepasados ocupaban este lugar, de otra forma y con otro aspecto medioambiental.
Se dice que había, por aquí, bosques de encinas y de robles, hasta hace poco no
era difícil encontrarse con algún ejemplar aislado. Había algunos terrenos descubiertos,
apropiados para el cultivo, cercanos al río o algún riachuelo como la reguera
de Baldituelo o la de Santaolaja. Dicen que solían vivir en chozas edificadas con paredes de adobe en su
perímetro rectangular, recubiertos por una capa de barro y la cubierta o tejado
la sostenía un entramado de palos con cobertura vegetal; tenían algunos
cercados o corrales para los escasos animales de labor y sostenimiento
alimenticio.
Solían vivir en grupos familiares que a su vez formaban grupos
más amplios comunitarios por toda la zona. Sorteaban los terrenos para
trabajarlos independientemente, cada año. El fruto que se recolectaba de su
cultivo era distribuido entre todos igualitaria y solidariamente. Tenían pocas
reglas sociales, se sabe que el apoderarse de lo ajeno estaba penado, en un caso
menor con la expulsión del grupo y en el más grave con la pena de muerte.
Llegaron los romanos, tomaron posición y se apoderaron del
terreno, de los ganados, todo lo que tenían y también su independencia.
Para ellos fue una crisis tremenda, un choque forzado de civilizaciones
que acabaría con su forma de gestionarse y, en algunos casos por rebeldía
perderían su propia vida, como es de suponer.
Empezó la vida romana en estas tierras: la Pax romana.
Vino un nuevo orden, una nueva cultura, una nueva administración,
no sin protestas y escaramuzas rebeldes, que se pagarían en esos tiempos muy
caras, con la esclavitud y la muerte.
Habría que pagar tributos a los nuevos colonizadores. Hasta que
se consolido el dominio y acabarían siendo romanos.
Luego, vino la construcción de alguna Villa, las vías y puentes
para el transito de las mercancías que conseguían en otras provincias conquistadas,
por aquí pasaba su botín.
Por los historiadores romanos, empezamos a saber un poco más de
las características y acontecimientos en esta tierra, los naturales de aquí no
escribían nada, sus sucesos los trasmitían oralmente generación tras generación.
La cultura de la vida romana se fue imponiendo en los usos y relaciones: en la
forma de cultivar, de construir e intercambiar las mercancías y productos. Esto
es lo que celebramos, que entramos en la estructura de un gran Estado y en el orden
moderno…, perdiendo la autonomía originaria y arcaica. No podemos imaginar lo
que sería nuestro pueblo sin los cambios acontecidos entonces y más tarde por
otros sucesos históricos.
Me siento orgulloso de ser de aquí, de esta tierra y poder
disfrutar de esa belleza que siempre está en el observador que mira y aprecia
verla. En estas llanuras que se extienden uniformemente ocres y desnudas, bajo
un inmenso cielo casi siempre previsto y concreto. La paz te envuelve y la
soledad te hace penetrante. Hay amaneceres nuevos y días llenos de espacio, hasta que desciende la tarde con saturados esplendores,
un Sol solemne y poderoso, se deslizará hasta ocultarse en el horizonte. Esta
serena calma crepuscular nos acoge en la penumbra nocturna, que os cuento para
vestirnos un poco de ceremonia y acontecimiento.
Tenemos muchos regalos que descubrir, que disfrutar en este
lugar, dejemos de ser como un péndulo siempre oscilando por la fuerza de los
acontecimientos…, la existencia es el regalo y el soporte y en esto ya esta el
éxito.
Tenemos una crisis económica, las crisis económicas se arreglan
con dinero…, sobre todo si nos lo prestan como hasta ahora. Se ha llegado a un límite,
no se puede seguir por ahí, pero de eso ya nos ocuparemos en otra oportunidad.
Ahora, os pido que por favor os olvidéis de todo, de todas las
dificultades y hábitos.
¡Vamos a olvidarnos de los asuntos propios y los ajenos! o no…
¡allá cada uno!
¡Vamos a divertirnos con
las cosas que nos han preparado!
¡Vamos a celebrar la parranda con diversión, pero sin pasarse!
¡Vamos a dejar atrás los malos rollos, las envidias y los celos!
¡Despilfarremos la alegría, el elogio y la gratitud! si nos
ayudamos… podemos conseguirlo.
Vamos a trasnochar bailando o lo que nos propicie el
acontecimiento. Hasta el desayuno o, hasta que el esqueleto aguante.
¡Felices Fiestas a todos!
¡Viva Becilla de Valderaduey!
¡Viva el Ilustrísimo Sr. Alcalde!
© Esteban Burgos Peña
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