Los cielos en Becilla me han atraído a más no poder...,
desde siempre.
Tenemos tantos lugares en los que a la Luz artificial se apodera
de nosotros, que ha anulado la capacidad humana de ver los cielos estrellados. Los
primeros filósofos nacieron tras mirar las estrellas y enamorarse del cosmos.
También los hombres que trabajaron en el campo por la noche miraron las
estrellas, vieron su movimiento lo observaron, les hizo pensar y se hicieron
algunas preguntas.
Al amanecer en verano, mi padre me hablaba de la alborada
camino de los campos, eran las cuatro de la mañana cuando íbamos a arrancar lentejas.
Algunas veces, pocas, fui a arrancar lentejas en mi adolescencia, muy a pesar
mío.
Me decía, que por las noches haciendo las faenas del campo
se orientaban por las estrellas, me señalaba algunas y por su posición sabían
las horas, para dosificar el acarreo de las cosechas, que por día trillarían en
la Era después de esbalagar.
Por la presencia del cielo sabían cómo se presentaría el
tiempo, seco, húmedo, helaría, habría escarcha, relente, etc., según el viento
y el tipo de nubes, también el desenlace de la climatología, era vital para
poder hacer las faenas apropiadas. Los ciclos de la Luna también eran importantes
y los conocían muy bien era una ayuda para trabajar mejor, la Luna de San
Agustín, decía, etc., estas cosas eran muy normales de oír y prestar oídos sorprendido
de su talento.
La agricultura, era muy artesanal cuando yo era joven y el
entorno era vital, alguna vez le veía coger un puñado de tierra, la desmenuzaba
con sus dedos, la olía, está amorosa, u otras palabras que indicaba su estado;
el hombre y la naturaleza eran aliados y se conocían. Mutuamente se
necesitaban, la tierra era la supervivencia, el presente y el futuro, el hombre
sin tierra se sentía huérfano y pobre.
Ahora, somos unos olvidados e ignoramos lo poco sabemos de
la tierra, la naturaleza y sus ciclos biológicos, su complejidad, con esto es
como si rechazáramos un patrimonio y su legado ¿Para qué necesitamos conocer
esas cosas? Siento no haber entendido y
participado más de su competencia y esfuerzos.
Hacerle las preguntas que entonces no le hice, ahora se las hago a alguno de
mis familiares, a un vecino, ellos saben de alguna de esas cuestiones y me
sorprende su conocimiento elemental muy pegado al terreno.
El carro triunfante,
La estrellada o las tres Marías y otras constelaciones que conozco, el me
hablaba de ellas, le orientaban y le acompañaban. No se puede perder esa comprensión
de esas facultades, aunque solo sea por no perder el contacto con la naturaleza
que es lo que nos gusta y estar en contacto con ella.
Voy mucho al campo, a ver el cielo, al atardecer cuando el
Sol baja. Algunos amaneceres, cuando los rebaños de ovejas y los pastores van a
las rastrojeras, voy a ver el alborear y la salida del Sol. El está ahí y creo
que me pierdo algo sino voy a menudo a contemplar esos fenómenos atmosféricos o
cósmicos de Becilla. Ver el Zorro por los campos de girasoles, la Alondra por los
campos y caminos, oír su cántico, ver sus huellas. La perdiz, la codorniz, las
avutardas, los grajos y alguna vez la liebre
siempre alertada y veloz. Es una invitación y una propuesta para ver hasta
dónde podemos aprender unos de los otros.
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