jueves, 31 de enero de 2013

Recorrido a la propia vida


Recorrido a la propia vida
Las cosas que hemos vivido se nos olvidan con tanta naturalidad que solo podemos recuperar destellos de lo que pudimos ser, con resquicios de la propia inestabilidad de la memoria, que resisten en nuestro subconsciente, como si nunca hubieran existido, reservados. Hasta que una fotografía o, una pregunta o, un nombre en un momento apropiado o, la casualidad establece su actualidad.
Así ha sucedido, me ha visitado mi sobrina Carolina, me preguntaba sobre algo que ahora no tiene importancia, indiferente a lo que entro a contar. La he sacado unos álbumes de fotografías, ha visto lo que la ha interesado, me ha hecho algunos comentarios. Entonces, he revisado una parte de esa época lejana, muy exploradora y verdadera de mi vida: Una alternativa, un viaje, un verano y un tiempo provisional que pasé en Ginebra, en Suiza.
Había acabado los exámenes, necesitaba un respiro, tomar una distancia con mi actualidad e inquietudes ordinarias. Necesitaba algo que para mí mismo era difícil comprender y ahora expresar, pero era inevitable, necesitaba dejar atrás mis estancamientos, las falsedades que había acumulado, aceptado y transigido llevar. Sentía mi vida atascada y quise ir un poco más allá; ver como se vivía en otros lugares. Quizá ver una salida, comprender lo que necesitaba, no estaba satisfecho cómo me iban las cosas…, la relación con lo que tenía y con migo mismo. Necesitaba probar, descubrir… ¡tal vez! como poder saborear, óptimamente, mi existencia individual.
No pretendo hacer un recorrido filosófico, por mi comportamiento y actividad propia, todo lo contrario. Ahora, sé lo que buscaba, buscaba un poco de contraste, experiencia…, de conocimiento humano, no un puñado de ocurrencias de aquellos pasatiempos, con gente sumida en el mismo fangonal.
No hacía mucho había coincidido en Becilla, con el nuevo médico interino en el pueblo: una persona joven, estimulante y abriéndose camino atendiendo a la gente indispuesta y doliente. Estábamos, en vacaciones de verano, con muchos encuentros con amigos, con tiempo para muchas ocurrencias, acontecimientos divertidos y fiestas, que no completaban mi urgencia sensible y tampoco la intención básica de sentirme contento. Seguía la inercia ramplona de aquellos años y aquellas costumbres que suponía que eran las apropiadas para sentirse complacido y orgulloso de obrar acertadamente. No me acuerdo de su nombre, era una persona distinta, especial, con el único que llegué a platearme razonamientos y conversaciones diferentes, pensamientos naturales y sencillos que necesitamos hablar y contrastar. Cómo nos sentíamos en nuestra circunstancia y las posibilidades personales.
Entonces, comprendíamos  que trabajamos mucho aprendiendo a especializarnos profesionalmente, para situarnos socialmente mediante la actividad laboral… ¡vamos! ser alguien. Lo mismo en el esparcimiento que en el tipo de ocio. Las relaciones sociales se cuidaban como una forma de mantener un estatus sano, empezaba a considerarse la práctica deportiva que muy pocos practicábamos, al final entre parrandas y juegos caías en el círculo viciado establecido.
Muy pocos de nosotros profundizábamos en la vida misma y la propia existencia, que aceptábamos como una herencia simplemente. No aparecía como una posibilidad, una forma de evolucionar, una oportunidad para encontrar la satisfacción íntima. Por tanto, esto requería un conocimiento muy distinto y especial que buscaba, leyendo a gente que parecía estar en esa misma demanda. Sentía que no se podía dejar el conocimiento personal, al albur de un encuentro accidental, sería necesario un desarrollo  y una disposición muy sincera como persona humana, pero… ¿por dónde empezar? La existencia, no es solo lo que conocemos, lo que creemos. La subsistencia está hecha de cambios, de vacilaciones, también de imprevistos entre lo dominante y lo posible.  La existencia, no puede ser una eterna felicidad o una eterna condena al sufrimiento; son ceremonias crueles y pertinaces que nos impiden ser como somos seres experimentando y  profundizando  en nuestra realidad. Hay creencias que imponen, en algunos casos, el entumecimiento  y el miedo, condenando la propia individualidad, unificándonos en el temor al escepticismo y fe en el dogma; reprobando el libre albedrío y superación, cuando se nos ha dado inteligencia y criterio. Esto, en sí mismo, nos permite evolucionar, ir progresando en la conexión con nosotros mismos y nuestro creador. La existencia es una invitación a probar, a atreverse, a descubrir e ir un poco más allá de las conveniencias y conceptos creados para un uso manejable.
La manera o cualidad más elemental de saber que necesitamos algo, es la  inquietud. Cuando no estamos en el lugar correcto, hay inquietud, parece una simpleza, pero no lo es, el sentido común nos permite discernir y comprender, en una situación o momento circunstancial, si podemos estar mejor.  Nuestra inquietud es la necesidad de encontrar algo que nos es más conveniente e indispensable.
Hamlet, en la tragedia de William Shakespeare, dice: ¡Ser, o no ser, es la cuestión! Morir..., quedar dormidos... Dormir... ¡tal vez soñar! en nosotros siempre hay un deseo de encontrar una salida, estar mejor, encontrar un equilibrio…, sentirnos aceptablemente serenos.
En esa oportunidad, hice la maleta, más bien una bolsa de viaje, mínima. Con un poco de dinero, muy poco…, poquísimo, lo conseguí de mis padres tras muchas discusiones, enfados y discrepancias, pero la causa se hizo patente…, el miedo no era un motivo paralizador para mí. Un poco de dinero para pagar algunos viajes, algo suelto, para gastos elementales, entonces consumíamos bastante poco, diría que considerablemente poco.
Tuvimos que hacer el viaje en tren, desde Valladolid a Venta de Baños, con un trasbordo a Aranda de Duero y llegamos a Miranda de Ebro. Así, nos fuimos juntando todos los amigos a la vez que compañeros de la Escuela Industrial de Valladolid, éramos siete. Todo el viaje fue un momento para la celebración, expresiones animadas, expectativas optimistas y propuestas para ver y conocer Paris. Esta sería nuestra primera etapa. Llegaríamos hasta Irún para pasar la frontera en Hendaya. Lo íbamos celebrando a tragos, llevábamos algunas botellas de vino tinto, nos habíamos aprovisionado en Aranda de Duero, a través de uno de los amigos. Luego vinieron las canciones con mucha percusión, sentados en esos descansillos anteriores a los pasillos al principio de cada vagón. Nos contábamos chistes, anécdotas graciosas…, una fiesta de chavales, alborotadora y puede que hasta extravagante, traspasábamos e imponíamos nuestra alegría estrepitosa, poniendo nuestra capacidad efusiva a prueba de los otros viajeros, que iban en sus compartimentos situados ordenadamente.
Llegamos a Irún de madrugada, dormimos sobre suelo, con nuestras bolsas de cabecera en el vestíbulo de la Estación de Irún, en estos lugares fronterizos la permisividad es más lasa y pudimos descansar hasta que abrieron la verja para entrar andando a la Estación de Hendaya. Tuvimos que aguantar  hasta que abrieron las taquillas y sacamos los billetes a París, con la emoción y la ansiedad en ascensión por todo lo que significaba. Cogimos unos de esos trenes rápidos franceses, con la máquina de tracción más rápida, creo que se llamaba Bretagne, podíamos llegar a Paris en poco más de cinco horas, un sueño, empezaban en Europa los trenes rápidos, era otro ámbito y otro escenario. También, empezaron los cambios, la realidad en otro país fronterizo, los españoles teníamos que esperar a que pasasen los pasajeros franceses e incluso otras nacionalidades. Nos mantenían parados esperando, nosotros pasamos los últimos y teníamos que mostrar nuestro visado, venían las preguntas sin sentido, averiguaban como mínimo a dónde íbamos, qué pensábamos hacer…, eran los años setenta y se notaba que no éramos bien llegados y no nos daban la bienvenida a Francia. Esa sensación me dejó entonces.
¡Al fin! en Paris, era como una explosión de optimismo y curiosidad manifiesta. Nuestro amigo guía, ya había estado en otra ocasión parecida a esta, nos dijo: lo primero, vamos al Parque del Campo de Marte donde está la tour Eiffel, y allí llegamos. Para tomar un respiro, en un bar kiosco nos compramos una cerveza, por la animosa indicación de una cerveza… ¡sin alcohol! era toda una primicia, en España no la conocíamos entonces. Mientras sentados en un banco de la plaza contemplábamos absortos la torre Eiffel y apreciábamos la cerveza, no podía creerme estar en Paris..., aquí… ¡bajo la tour Eiffel!
Muy cercano un tocadiscos rudimentario en el suelo derramaba una música romántica clásica, una persona mayor con trazas de vagabundo, patinaba simulando un baile estelar alrededor del instrumento…, otro parecido, tranquilo sobre un asiento olía el aroma de las flores de los rosales, todo me atraía a un mundo encontrado y desigual, la gente serena y atraída paseaba encantada, sin complejos. Recorrimos los Campos Elíseos, fuimos a ver los puentes de l’Alma, el puente Neuf, Montmartre y Notre-Dame. Todo tenía un sabor y aroma fresco y rutilante, el tiempo fue pasando mientras hablábamos de nuestras impresiones y entusiasmos.
Mis amigos se iban a Berna, Suiza, desde una Estación principal en el centro de Paris; yo había decidido que iría a Ginebra lo que suponía atravesar Paris, solo, encontrar la Estación de Lyon, cerca del barrio de negocios de París, Bercy en la plaza revolucionaria de la Bastilla, fue la primera prueba de fuego con el inaugural francés, había estudiado francés pero no tenía nivel de conversación, lo que el esfuerzo para explicarme y hacerme entender era ímprobo, lo mismo que entender, luego, las respuestas de los generosos informadores franceses. La casualidad o la providencia, quisieron que todo fuera bien, tras varias preguntas a peatones que elegí aleatoriamente, que me parecerían posibles colaboradores y mucho andar llegue frente al gran reloj que marcaba una hora límite para coger el tren a Ginebra, llegue por los pelos, comprobando unos de los muchos episodios de mi gran estrella que la urgencia siempre me ha evidenciado.
Así que llegue a Ginebra de mañana, estuve toda la noche viajando. La Estación de Cornavin,  Le Gare de Cornavin. Una Estación de tren muy ligada a algunos momentos importantes y aventureros de mi vida.
Buscaría trabajo, con la ayuda inestimable de Luis Villa gran persona y mejor amigo, aunque no nos relacionamos mucho por nuestras situaciones contingentes. El sabe, como su familia, que me tienen a su disposición, como se que yo les tengo a ellos. Con Luis compartí momentos estupendos diurnos y nocturnos. Me acuerdo de noches junto al lago Leman, donde la gente estaba y permanecía tranquila tocando canciones de los años 60’s, ahora himnos de nuestra juventud, con guitarra entregada y desnuda.
También me ayudaba a buscar trabajo, me auxiliaba como intérprete y como conocedor de los organismos de bolsa laboral, lugares dónde encontrar algo de información, no pillábamos nada. Un amigo estupendo de Luis, Jesús “el melenas”, me dejó su apartamento desinteresada y generosamente. Directamente nos dijo: iré a vivir con mi novia, una gallega encantadora, joven y adelantada para lo que yo estaba acostumbrado a conocer y algo le envidie. Las relaciones en mi localidad eran de otra forma, tremendamente reprimidas.
Ya había pasado la primera semana, un día Tano Castañeda, tío de Luis, nos invitó a cenar, otro paisano becillano. Al final de la cena, me ofreció un trabajo, fue un regalo enorme y agradecido por mi parte, ya empezaba a tener mis dudas y cierta desconfianza de poder realizar mis planes. Pero para más complacencia y suerte, me hizo su subalterno, para montaje instalaciones eléctricas. No podía irme mejor y mi deuda era inmensa y así lo he sentido siempre. Empecé, trabajando con él, a valorar el trabajo y el esfuerzo que requería también porque era una constante superación personal, ya que era mi primer trabajo. Luego se fue de vacaciones y pasé a trabajar con otro compañero, y luego con otro más francés. Mi impuntualidad manifestada cada día, era un lastre que me costó superar, como tratar de ser comprometido con el trabajo, superaba a mis intenciones formales ya que el descontrol de horario nocturno, repercutía en el laboral diurno. Allí, se empezaba la jornada a las 6 que me iban a buscar, se pasaba por la Empresa a recoger los materiales y a las 7 de la mañana…, nos desplazábamos al lugar laboral. ¡Qué mal me sentía! casi siempre me quedaba dormido, entendían mi situación, eran muy comprensivos, cosa que no enmendaba mi preocupación, me sentía en conflicto  conmigo mismo y en deuda.   
Cada “finde” me iba con Luis, unas veces a sus conciertos por diversas ciudades Suizas, en las que actuaba con su grupo. Otras con amigos que fui conociendo, a visitar otras ciudades cuando él no podía. Florencio Villa, su padre, me enseño la ciudad, algún Museo, la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra y el Aeropuerto.
En uno de esos viajes de finde, había vuelto a Lausana con un chico que había conocido y nos hicimos amigos, trabajaba de camarero en un hotel del centro de Ginebra, los españoles nos solíamos reunir en una Cafetería Restaurante llamada “Bagatelle” en el boulevard James-Fazy, aquí nos conocimos.  Habíamos estado recorriendo Lausana, con mucho agrado y diversión, es una ciudad medieval con encanto, con muchos desniveles y terrazas para disfrutar y tener un poco de contemplación aérea de la ciudad. Luego, nos fuimos con la intención de conocer el barrio de Ouchy es como una antigua aldea de pescadores de Lausana. Las vistas del lago y los Alpes son admirables. Paseando por sus muelles pasamos por delante del Hotel Beau-Rivage Palace  lujoso e histórico, nos dimos una vuelta por el lago, y vimos los agiles veleros deslizarse elegantes. Un romántico lugar dónde la gente rica tiene amarrado su yate o barco.
Paso todo el tiempo en un santiamén y llego el momento de regresar. Nos fuimos a la Estación de ferrocarriles a coger un tren de vuelta a Ginebra. Ya en el vagón, sentados en nuestro compartimento íbamos hablando de lo visto e impresiones. Estaba completa toda la estancia, mientras hablaba, observaba a una chica muy bonita, distinguida y joven, parecía poner cierta atención disimulada. Le pregunté al amigo si se había dado cuenta lo buena que estaba la moza, el me dijo que sí. Hablábamos sin reparo porque suponíamos que pocos de nuestros compañeros de compartimento nos entenderían, pues hablarían en francés o alemán en caso. Ella, no pudo evitar la impresión de mi opinión y sonrió, al referirme a su apariencia. Pasado el instante de vacilación y sofoco mutuo…, la comenté directamente: ¿entiendes español? Me respondió que sí. Yo, la precisé, tu aspecto es muy centro europeo ¿Cómo es que hablas español? Me contesto, que sus padres eran cubanos. No entendía nada, su piel era clara y lustrosa, dorada como la piel de un melocotón. Sus ojos, claros de mirada limpia; el pelo, trigueño apuntando a pardo. No podía evitar el agrado de participar en esta conversación amable y simpática. Seguí apuntando que era encantadora, pero chocante para mí, asociarla con su origen caribeño cubano..., no podía con ello. La pregunte que donde vivía, que iba hacer en Ginebra. Me informo de que sus padres vivían en Lausana y ella estudiaba en la Universidad de Ginebra. Así siguió la conversación muy distendida y apetecida, ante la estupefacción de mi acompañante, que no decía nada. Daba la impresión que se habían hecho invisibles todos los ocupantes de la estancia. Me dijo su nombre, María Teresa Mestre, me dio el teléfono de su Residencia, decimos vernos en Ginebra. Seguimos compartiendo toda nuestra información personal, los motivos que me mantenían en ese lugar y la asociación de inquietudes. La llame un par de veces me decían en francés cosas que me costaba entender, por desconocimiento del idioma, pero sabía que no estaba o no había llegado y que llamara más tarde. Yo, seguía trabajando hasta el viernes y los findes hacia constantes viajes
 
Con este mismo amigo y otro más que se apunto, fuimos de viajé a Venecia, otro de los sueños cumplidos, mientras, María Teresa ocupaba un leve y cada vez más difícil espacio. Con ella era fácil en entendimiento, con su entorno muy complicado, se perdió la oportunidad y su ilusión.
Algo en mí se renovó, se fue revolucionando mi comprensión esencial de forma muy precisa. Me sentía útil, hasta cierto punto independiente y aspiraba a tener un proceder liberado, alejado de tantas reglas inútiles y creencias heredadas.
María Teresa, es hoy la Gran Duquesa de Luxemburgo, por su matrimonio con el Gran Duque Enrique de Luxemburgo, que fuera compañero de Universidad. Yo, me relacione y, entretejí una aspiración, un sueño, en un breve viaje de Lausana a Ginebra con la complicidad de María Teresa Mestre, una mujer encantadora y que nunca ha perdido su encanto en mi memoria. Soy consciente, hora, que nos separaban muchas cosas que no veía entonces, que hicieron imposible un acercamiento, que parecía propicio…, como muchas veces. La realidad me ha dado motivos para que ese instante, tenga su sentido, su peso e ilusión.  
Llego el momento y regresé a mi casa de Valladolid. Decidí algunas cosas y tomé un compromiso conmigo mismo a la vuelta. En una secuencia de casualidades, otras por la voluntad de realizar, también por pura necesidad, decidí buscar lo que era prioritario, pocas veces me he desviado de esa fórmula. Tengo que manifestar y reconocer que la providencia se alió conmigo, por lo que tiene su primacía y consideración.
Señalo, que en la existencia humana, lo que nos da fuerza, es lo que nos hace a la vez reales a nosotros mismos…, somos lo que sentimos, lo que hacemos, lo que disfrutamos o padecemos. No es lo mismo vivir de cualquier modo o como nos han marcado el camino, que siendo un estudiante de uno mismo. Cada decisión las tenemos que tomar momento a momento, día a día, como vamos profundizando y practicando en las necesidades y prioridades que se nos presentan.
Claro que hay otras realidades. Cuando estamos quietos, con los ojos cerrados, aparentemente ausentes, profundamente dormidos, sabemos que en sueños viajamos por muy distintos espacios, hablamos de ello, nos podemos reír, también podemos evocar amar…, pero ¡ser, o no ser, es la cuestión!


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