Aprendizaje de uno
mismo
Hay algo básico que era
lo cotidiano, aún me sorprende, pienso en ello, viene de mi adolescencia y es una recordación del aprendizaje que tuve que aceptar, sobrellevar y
digerir: el desdén sistemático de las emociones esenciales y naturales.
Aprendíamos a superarlas, disimularlas o peor aún, las sustituimos por otras
sobrevenidas para parecer campantes e integrales; cambiábamos nuestra natural
manera de ser. Contraria a la consigna de aquellos tiempos y
las enseñanzas vigentes. Los sentimientos, las emociones y su agitación no estaban al día, no se
contemplaban, en cualquiera de los niveles sociales del momento. Predominaba,
entonces, el credo religioso y había un conflicto sempiterno con el pecado; ser
consciente y dar sustento a las emociones y los deseos que contendían y más la
ocupación en ello, era una presencia rápida del temor al fuego eterno, pero
socialmente había que ser asentados y estables como un alcor. Rechazábamos ser
nosotros mismos con nuestra herencia y las cualidades humanas; nadie que yo
conociera hablaba de ello y el disimulo era a menudo lo más favorable, lo
propio, ser listo, pillo, y un tunante; no revelar ningún resquicio y emociones
como: el miedo, el dolor, la turbación, la tristeza o el enamorarse entre otros
muchos. Enmascarando ese ser natural y aceptar los sentimientos pocas veces se
planteaban en este aspecto las inquietudes y lógicamente no se hablaba de resolverlas o
moderarlas. Las emociones, ¡claro que se sentían! en total soledad.
Eran cosas para leer en un libro, ver en el cine u oír en las radionovelas
folletinescas que embriagaban y transportaban a mundos mentales especulativos,
curiosamente se escuchaban en familia, eran toleradas, porque eran ajenas. Ese
fuego relevaba nuestra rutina, si acaso, la hacía aguantable y repara los
infortunios emocionales.
Paso mucho tiempo para que
comprendiera que si no aceptaba las emociones malamente las iba a poder
compartir y ocupar mi realidad vital, pero sobre todo acceder a lo que el
impulso sentimental me animaba ante las circunstancias manifiestas con otros
seres humanos, ¿estaba abocado a hacerme este planteamiento alguna vez para
conocer el propósito que tenía lo que sentía, lo que era, lo que amaba? Era difícil que ese proceso
se estableciese, y poder desarrollar la necesidad y la comunicación, ser una persona
sensible y activo con sentimientos
primordiales no estaba bien visto y, sobre seguro, hubiera sido rechazado en
esas coyunturas. Dejamos de ser individuos para ser sujetos sociales
correspondientes como vasos comunicantes; los valores eran otros como: tener,
parecerse o equipararse en los intereses creados o, en el prestigio alcanzado
o, escala social tangible.
Leí muchos libros que me
abrieron ventanas de claridad referente a las emociones humanas, la inquietud,
la búsqueda y su desarrollo natural y, en ese laberinto descubrí que uno es lo
que siente, lo que piensa y hace, para ser uno mismo. Vi como muchos de esos
personajes se parecían a mí mismo, eran como yo, que buscaba, que tenía la
misma sed, necesitaba encontrar en todo su sentido. Si, vi que las emociones nos
llevan a encontrar la pasión en las relaciones con los elementos que lo
producían. Entonces, vi la realidad, no una mixtura de elementos que agitados y
metidos en su molde producen algo parecido a un adobe o un ladrillo, eso que se parece a
los materiales que poseemos y fabricamos nuestros sueños. Todo lo que nos
rodeaba excluían del devenir de los acontecimientos los afectos, la pasión y
ser originales, aunque universales, en la forma de comunicarnos..., ninguna
relación puede ser igual ni podría llegar a selo porque la mezcla humana es la
excelencia, lo diverso e insólito, frente a todo lo que nos rodea homogeneizado, es lo que se suponía que
era o cabía esperar. Lo preparado y medido en las relaciones humanas, fuera de
las emociones conducidas con generosidad que haga ligazón entre las cosas y las
personas; es el vacío, una brecha endemoniada y desesperante que mortifica y ofende
a la dignidad humana.
Un día llego la situación y
pude compartir con otros los análisis que fui haciendo de lo leído y lo
experimentado en los lances que a uno le suceden oportunamente, para ver con
claridad que: cada uno de nosotros somos como un libro viviente, que nuestro
lenguaje corporal nos delataba, cada una nuestras expresiones espontáneas
faciales o gesticulaciones al relacionarnos comunicaban lo que nos pasa por
dentro y que las personas cuando estamos cercanas nos comunicamos
emocionalmente, vibraciones magnéticas que dicen mucho de nuestro estado de ánimo,
a los demás. ¡Claro que lo hacemos! de una manera instintiva y eso nos lleva a
sentir simpatía o lo contrario y nadie nos enseña, nos lo pueden explicar, pero
es como el andar en bicicleta, uno mismo es quien encuentra ese equilibrio y ese discernimiento; en
este caso, este estado de comunicación, en las relaciones humanas, hay un mundo
ritual y muy satisfactorio que nos lleva desde la insinuación, al galanteo para
llegar a otros estados y muy posiblemente a la consumación de actos.
Entonces predominaba lo disfrazado,
lo furtivo y el total disimulo, ¿por miedo? Por miedo a ser descubiertos o el
pecado. Creo que éramos muy frágiles o vulnerables. Ha llegado el momento que
sabemos que somos frágiles, vulnerables y tenemos miedo a sufrir el rechazo,
la incertidumbre, a ser heridos en nuestra vanidad. Sabiendo esto, somos más
reales y lo que parece una fragilidad es una fortaleza porque nos hace
auténticos y lo que vivimos lo podemos aceptar, es lo que nos da carácter y el
arrojo para ser aptos con una existencia plena; por encima de fingir, ser entes
difusos, llenos de corazas.
Las cualidades más
importantes las hemos tenido siempre y quien ha apostado por ellas las ha
desarrollado y disfrutado para vivir más consecuentemente con su naturaleza.
Nadie nos enseño a
respirar y respiramos, pensamos, nos insistían en pensar pero cada uno tiene
sus propios pensamientos. Nadie nos enseño a sentir y apreciar lo que nos
agradaba y cuando era así una sonrisa asomaba en nuestra cara. Nadie nos enseño
a sonreír, ni a llorar. Podemos explicar cada emoción con palabras y de modo
consciente acercarnos a lo qué sentimos para que los demás nos entiendan y
puedan acercarse a compartir nuestros sentimientos, pero para nosotros lo mejor y
más valioso es estar satisfechos. A veces perdemos lo que amamos y perdimos
esas relaciones deseadas que sentíamos necesarias y si fueron reales ellas
permanecen en nuestro corazón y nuestro recuerdo. Entonces evocamos las
emociones básicas tan universales que nos embargan y también nos reconfortan.
No hemos sabido hacer otra cosa que machacar esos sentimientos con los que
llegamos a nuestro mundo y al encontrarlos podemos descubrir su emoción y el
gusto por disfrutar siendo quienes somos.
Hablando con alguna
persona muy querida y llegando a esta libertad de expresión actual, evocando nuestras
sentimientos y su temblor me decía: ahora no sería así, como entonces, cuando
todo estaba censurado de muchas formas, no hubiéramos impedido manifestar
nuestro deseo sincero ¡me gustabas tanto! Yo, pienso: ¡hice tantas cosas por
llegar hasta ti, como me parecía que podría conseguirlo. Pero como no lo
conseguía, hacia todo lo contrario y mostraba una indiferencia ridícula y
tenaz.
Afortunadamente, hemos
descubierto que debemos otorgar al aprendizaje emocional la importancia necesaria
para poder conducir las emociones esenciales comunes, que esta prioridad frene
todos esos cálculos mentales, prejuicios sociales, que nos alejan de los
valores humanos y nuestras emociones, quedando en un segundo plano impidiendo
tener éxito en nuestros anhelos y sentimientos como seres adultos. La relación
con los demás es esencial para que el individuo sobreviva y obtener una
inteligencia emocional para fortalecer y adquirir habilidades de comunicación sociales.
Pero para ello primero tenemos que saber ¿quiénes somos? y ser capaces de
entender qué es lo que nos motiva, conmueve, perturba o alegra. Entonces podremos comprender a quienes tenemos
al lado. Todo está ahí pero nos queda descubrirlo como mucha gente ya lo ha
hecho.

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