Es necesaria la facilidad y la riqueza de una imaginación extraordinaria para
adormecer, por un momento y, suprimir, por decirlo así, la conciencia
desmesuradamente apasionada de un joven con la inteligencia aguda, de cada uno
que lo es. Pero se consiguió, era lo cotidiano y, aún me sorprende. Pienso en
ello, viene de mi adolescencia esta recordación de un método y el aprendizaje
que tuve que aceptar, sobrellevar y digerir: el desdén aparente y sistemático de las emociones esenciales y naturales. Aprendíamos a superarlas, disimularlas o
peor aún, a llevarlas en solitario o sustituirlas por otras sobrevenidas para
parecer despreocupados y tan campantes. Cambiamos nuestra natural manera de ser
por otra fingida. Los sentimientos, las emociones y su agitación no estaban en
un día natural, estaban en nuestro subconsciente y de ahí pasaban, si indagamos
un poco más, en el por qué tenemos sueños, esos sueños no hay una respuesta
única dada la complejidad de los sueños pero cumplimos un deseo frustrado o
interpretaciones más simples, que vienen a decirnos que la sexualidad es una
parte presente en nuestro día a día y por eso también aparece en nuestros
sueños. El onanismo, es por tanto también el gusto de estimular nuestros órganos
sexuales para provocar un placer, en uno mismo y cumplir nuestras ilusiones.
Predominaba, entonces, el credo religioso y había un conflicto sempiterno con el
pecado; ser consciente y dar sustento a las emociones y los deseos se debatían
en una presencia rápida del temor al fuego eterno. Luego estaba el social que te
alejaba del prototipo del ser estable como un alcor y bondadoso como un hijo que
inspira, implica o denota devoción y aprecio. Rechazábamos ser nosotros mismos
con nuestra herencia y cualidades humanas; nadie que yo conociera hablaba de
ello y el disimulo era a menudo lo más favorable. Lo propio, era ser
listo, pillo y, un tunante sin sobresalir; no revelar ningún resquicio y menos
las emociones como: el miedo, el dolor, la turbación, la tristeza o el
enamorarse; entre otros muchos. Eso se tenía su desarrollo y solíamos tratar mal
a quienes más queríamos por nuestra propia contradicción. La cruda realidad es
que, en un momento u otro, habría que enfrentase a ella, y muchas veces más de
lo deseado; no sabíamos de los recursos que podíamos emplear para saber
llevarlos a buen término y el impacto que nos causaban era el de fracaso y
nuestro ánimo se perdía frustrado. Enmascarando ese ser natural y aceptábamos
con resignación unos sentimientos pocas veces se planteaban en este aspecto
resolverles y moderarles con la comunicación y una relación propia. Las
emociones, ¡claro que se sentían! en total soledad. Eran cosas para leíamos en
las revistas o un libro, veíamos en el cine o también oímos en las radionovelas
folletinescas que nos transportaban a mundos mentales muy especulativos, que
curiosamente se escuchaban en familia, ahí si eran toleradas, porque eran
ajenas. Ese fuego descargaba toda aquella rutina o, la daba algún matiz si
acaso. La hacía aguantable y repara los infortunios circunstánciales. Esta
manera de manifestarse, contaminaron de tal manera el gusto de una vida
saludable se llevó a un modo penoso de vigilancia permanente y fingimiento en la
vida diaria donde se estableció mantener mentira y la impostura de la
murmuración. Cuando se vive en la mentira se llega a establecer de tal manera
que se disfruta con la mentira, y por lo tanto, el que la crea se desentiende y
no es responsable de ella.
jueves, 25 de febrero de 2021
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