martes, 23 de marzo de 2021

Naturaleza viva y su espíritu

No hace mucho me decía Pilar Balboa, tienes enfrente de tu casa un Cedro, había puesto una foto de un lado al que tenía cierta predilección y miro cada mañana cuando me levanto; esta frente a la ventana de mi dormitorio. Me quede sorprendido y, a la vez, me alegre es un árbol que destaca por su gran tamaño o, puede que también su antigüedad y por la belleza de su porte en forma de pirámide. Entonces me quede un poco pensando, mientras me decía ¡que poco sé de botánica! llevo viviendo aquí más de veinte años y no le he reconocido y le miraba solamente porque me gustaba. Otra amiga me dice cuando vas por el campo te fijas en muchas cosas, ellas llaman mi atención y, si, me paro a observar sus colores, sus aromas y la forma, también me transmiten algunas sensaciones, sonidos y expresiones. No es casualidad hubo momentos que me encontré con gente que me sorprendieron al enseñarme cosas que desconocía y era como ciego, sordo e insensible a toda esa vida y expresiones de otros seres vivos que habitan conmigo.

Esas magníficas lecciones o advertencias que hicieron desear entrar y encontrarme con los bosques, las praderas, las fuentes, los ríos y el mar. Como seguramente le ocurre a todo el mundo y te atraen las flores cada una por su belleza delicada y la pureza de su forma exterior y luego quieres acercarte más y sentir su aroma y sus elementos interiores confeccionados con la misma delicadeza y utilidad para atraer los insectos y hacer una de las más generosas transacciones; ellos las polinizan y a cambios recogen el néctar que ellas segregan beneficiándose ambos. Esto te lleva más allá al pensamiento de Dios que nos universaliza y así nos sentíamos unidos a todo este universo maravilloso y mágico. Ese es el motivo que me mueve a deambular por los campos, las praderas y los bosques. En todos los lugares de mi casa hallarás piedras, conchas, trozos de coral que el mar devuelve a las playas, arena de los grandes desiertos como el Sahara o el Namib.

Leyendo la filosofía que impulsa a Wall Kimmerer, una educadora, defensora del medio ambiente y escritora nativa americana. En el mensaje que esta profesora que comparte en las aulas, en muchas páginas escritas y conferencias en el escenario mundial. Nos invita y alienta  a volver nuestras esperanzas de nuevo y a una relación entre los seres humanos y la naturaleza para lograr una sostenibilidad y equilibrio como hicieron nuestros antepasados. 

Me acuerdo aún cuando mi padre iba a visitar los compis para ver cómo estaban, cogía un poco de tierra de un hoyo que hacía la desmenuzaba, la miraba la olía y exclamaba... ¡está amorosa!

El conocimiento ecológico tradicional “incluye la mente y el cuerpo”, mientras que la ciencia privilegia la mente y deja a un lado la emoción y el espíritu. Para sanar el medio ambiente, tenemos que sanar nuestra relación con la tierra. En una exhibición de una mesa redonda improvisada Robin Wall Kimmer presentaba una gran concha, unos trozos de hierba dulce trenzada y numerosas plumas. Como la asociación de esos valores que reflejan el espíritu de nuestro Planeta Tierra. 

Igualmente cuando tras uno de esos deambular por los lugares llego a casa y pongo esas cosas que recogí y trato de reconocer que son y que puedo saber de ellas como modo de identificación y sentirme más cerca de la existencia que me rodea.

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