El día que oí a un periodista reputado que estaba asqueado de la política y los políticos y su cortedad de miras, me di cuenta que hacía tiempo había dejado de tomar partido. No defiendo ningún régimen y sin embargo ninguno me era ajeno y sabía que tenía una cierta responsabilidad. Este periodista decía: en la política, la trampa pasa a ser casi virtud. Me pregunto ¿cómo educan a sus hijos estos representantes públicos que se comportan así en la política? El desprestigio de la política ha arrastrado al periodismo, asegura Iñaki Gabilondo, que tiene clara cuál es la fórmula para recuperar esa confianza: Poner rumbo al hombre y a la mujer, al ser humano.
Los poetas, los escritores, los artistas no han dejado desde siempre de construir en la ficción una ciudad en constante devenir, una ciudad que continúa inventándose en la actualidad, tanto en la experiencia diaria como en la imaginación. La visión de esta gentes en cada una de sus expresiones y textos, agrupados por los distintos géneros literarios, hace posible que recreen una visión rica y variada, llena de registros, de la villa y sus alrededores, de lo que hoy definimos como Comunidad de Madrid, cuyos diferentes aspectos permanecerían de otro modo ocultos e insospechados.
La historia, se hace y se escribe por las acciones y la pasividad también de los contemporáneos de los hechos que suceden. La turbadora situación política, económica y pandemica coexisten con la bondad, la voluntad de la gente que trata de hacer las cosas bien y tratan de infundir esperanzas y contagiar de optimismo al género humano.
Ahora cada cual como un sonámbulo en su propio sueño de una noche inquieta buscan un sentido que se resiste a la impunidad amoral de los que más influyen.
Como veía a la gente mayor de mi pueblo, alguna vez lo he manifestado y escrito; la veía sumisa y que se caracteriza sobre otras muchas cosas por ser pobre y que estaba soportando la existencia con una carga de pesimismo secular por la falta de oportunidades que caracterizaba su situación humilde. Eso les hacía dóciles, obedientes, callados hasta la subordinación y rendida su condición a su dependencia , que hacía que cualquiera podía ser la persona que podía necesitar y eso acentuaba su aceptada sumisión.
Lo vi en mi generación y era una consecuencia de lo que vivíamos en nuestras casas; aunque puede que de una diferencia u otra manera en su particularidad. Seguro que ahí entraba él proponerse encontrar un grado de felicidad que se compensaba con el sometimiento debido, cuidar el hogar y lo que nos rodeaba. Así se mantiene un estrecho estilo de vida basado en el rol patriarcal de la esposa tradicional y los hijos. El marido cuando llega a casa no necesita explicar nada tiene la autonomía considerada y adquirida y la mujer siempre necesita defender su autonomía diciendo que es lo que ha hecho y qué recorrido ha tenido que, explica, con total naturalidad y ocultando lo poco preciso o, lo que consistiría motivó de conflicto; los hijos como reflejo de ello parecido, con divagaciones y mentiras. Lo normal es ir a comprar la comida, las medicinas, algo de menaje, alguna ropa, la peluquería o tomar un café con las amigas o encuentros casuales, con sus gastos propios y muchas veces que justificar.
A la mujer, con un trabajo profesional remunerado fuera del hogar, se la ha ido dando algunos márgenes, no en lo doméstico que siempre es su ámbito. Eso ha sido lo suficiente para ir avanzando en las relaciones familiares y en la vida privada con acceso al ocio fuera de casa, experimentado mayor acceso a la cultura y relaciones creativas y reconfortantes en la comunidad. Las que están en las viejas costumbres y sujetas al hogar, a la familia ajenas a una vida comunitaria y comunicación les estaba causando a muchas de ellas problemas de depresión y esa sensación continua de insatisfacción vital.
En la creciente insatisfacción en la vida moderna, se ha puesto todo más claro y no debemos subestimar esta situación o estado de las cosas, cuando nos enfrentamos a este panorama económico sombrío y empieza a prescindirse de viajes necesarios por ser muy renovadores que representaban una imagen más propicia a la felicidad doméstica de los años pasados. En general nos recordamos las cosas buenas que creemos valores del pasado, como la calidad de la comida y las reuniones en la cocina familiares y los abrazos de la abuela. No es cuestión de pensar en volver al delantal de la abuela y que eso es la cura de todos nuestros problemas. No lo fue para ellas que también se quejaban de ser esclavas de y por la familia, pero se resignaron por no tener otra salida eran sobre todo las esposas tradicionales sumisas y abnegadas que te decían en privado que tan siquiera tenían una cuenta corriente, solo un baúl cerrado con llave algunos de sus secretos bien guardados. Que alguna vez oías decir y sentenciar al abuelo: un día cojo el hacha y le descerrajo para ver que tiene y que guarda con tanto esfuerzo e interés. Algo había pero poca cosa era un reducto de un mínimo de libertad.
Hoy es raro no tener una cuenta bancaria a tu nombre, el derecho al voto y el derecho legítimo de que tu marido no pueda violarte o golpearte y tener una salida concreta, salir a pasear y en ello tener un espacio de desahogos útiles.
En el pueblo un día presencié una escena de cierto dominio seguido de reproches y tuve la sensación que no sería fácil para mi vecina, por distraer un poco el tiempo y acercarse demasiado a cotillear un poco.
Pasados unos días le pregunté: ¿qué tal te ha ido? se levantó la manga de la blusa enseñándome el antebrazo lleno de cardenales de los dedos de su marido. No me pega pero me sujeta el ante brazo con todas las fuerzas y me tiene marcada al agarrarme mientras me grita. Me pareció terrible y algo insufrible pero muy soterrado..., eso es insoportable y canalla. Pero aún se descubren estos modos y formas de sumisión y el miedo. Lo veo muy frecuente me voy que mi marido estará diciendo y preguntándose que dónde habré ido.
En este país, el nuestro parece que hemos cambiado mucho, no se discute que hemos avanzado económicamente, en libertades sociales y en un singular escenario de querer y sin embargo no poder.
Hay una especie de reclutamiento social por edades y por situación económica. Tenemos la clase social de un consumo disparado y los que consumen lo que es imprescindible. Tenemos cantidad de agentes sociales asociados y los que rompen todo vínculo cívico con su ruido y costumbres de ocio. Tenemos una clase política que defraudan por su mediocridad y mentiras sin un mínimo sonrojo ya que existe su derecho a defenderse; salvo algunas excepciones y no digamos el clero asistimos a un fenómeno similar.
Los partidos políticos, disfrutan de un monopolio de representación que privilegia el control oligárquico de la organización mediante privilegios y chanchullos que discrimina cualquier disensión. El líder permea como una lluvia fina todos los estratos de la organización, se alimenta de un único combustible: la militancia fiel y obediente, la lealtad incondicional y sumisa a la jerarquía y el aplauso entusiasta a las directrices emanadas de el.
La suprema virtud y esperanza de nuestra sociedad es la de la inmunidad de rebaño que paciente espera y es observador de que nada es mejor que vacunarse contra todo; la forma de esperar que se les seleccione para esto vacunarse o para la estrategia preventiva del superviviente: obediencia y sumisión, siguiendo la tendencia que se impone en la modalidad que te toque vivir según la comunidad correspondiente.
Naturalmente, este estado de sumisión ahuyenta el talento y aglutina la mediocridad para sobrevivir en un modo de resignación.
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